Los límites de la tolerancia

domingo, mayo 31, 2009

¿Crisis?

¿Crisis? ¿Qué crisis? La culpa era de Aznar. Ahora la culpa es de Bush. La crisis nos viene de fuera. Pero tenemos más paro que todos los países europeos juntos. Algo es la causa de todo esto, claro: los españoles, que votan mayoritariaente a Zapatero. Ahora la crisis nos la comemos con patatas. Cuatro millones de parados. Adiós, Seguridad Social, adiós.

miércoles, mayo 06, 2009

Mecanógrafos y escritores

Mecanógrafos y escritores.

En una ocasión me afearon la mala dactilografía en uno de mis escritos, de la que era, ciertamente, culpable. Intenté explicarlo, que no justificarlo, en el hecho de que desde siempre hago mis escritos tecleando con los diez dedos. Mi contertulio, seguramente presa de una ira poco explicable, o al menos de una intención vindicativa inconfesable, pasó a enumerarme una serie de escritores famosos de la lengua española y de otras lenguas, incluyendo a varios premios Nóbel, que según decían no tenían ningún reparo en confesar que escribían, que habían escrito sus mejores obras maestras, tecleando con dos dedos. Mi contertulio distinguía, pues, entre mecanógrafos y escritores, como si no se pudiera ser ambas cosas, o como si ser ambas cosas no fuese mejor que ser sólo una de ellas.

Porque, si damos un paso más atrás en la desinformación y mala praxis, no podría yo condenar tampoco a mi amigo Juan, catedrático de Lengua y Literatura española allá en los años del siglo que terminó, que me confesaba en una ocasión (si bien, hombre prudente, bastante vergonzantemente), que él prefería escribir con pluma estilográfica a utilizar máquina de escribir, porque lo consideraba más humano, más cercano al papel, más reposado, sin agobios y dejando que fluyese su inspiración poco a poco. Poco a poco, fluyese: he ahí dos conceptos que se dan de tortas. Cuando me hablan de fluir, me imagino un río, un río que fluye y no según nos parezca más oportuno: a veces fluye tempestuosamente, formando riada, y otras veces nos obsequia sólo un hilillo que parece que se va a perder. Así la inspiración (que por otra parte es otra de las grandes supercherías de la historia de la Literatura, según dijo el gran E. A. Poe en su interesante ensayo Filosofía de la composición) a veces es lastimosamente escasa, y otras veces cae a raudales, como un enorme río, como el Nilo, que se desbordaba dos veces al año hasta que Nasser consiguió edificar su famosa Presa en Assuán. Pero no hay presas para la inspiración: la que no aprovechas, la pierdes. ¿No te ha pasado nunca, lector, querer decirle algo a alguien, y por haber esperado y no interrumpirle, cuando te ha tocado hablar ya no te has acordado? Eso también es inspiración. Y con dos deditos, por rápidos que sean, no siempre se la puede contener, o al menos verter al lenguaje escrito. Y, debo confesarlo, con frecuencia ni tampoco con los diez, ni con veinte que tuviéramos. Pero considero que diez es cinco veces más fácil y rápido que dos, y veinte sería el doble. Conozco escritores que no escriben, sino que vierten sus pensamientos en una máquina grabadora de la voz (hoy en día ya de mp3, pero en tiempos no tan remotos en grabadoras de cintas de cassette, hoy ya objetos obsoletos) y luego los pasaban, o se los pasaban, a máquina, y más tarde a ordenador.

Sería una gran necedad distinguir tanto a los escritores y a los mecanógrafos que los unos no pudieran tener nada de los otros. Un mecanógrafo que ignore las leyes de la prosodia, del estilo y del buen gusto en la escritura sería, ciertamente, un mecanógrafo mediocre, por no decir barato. Un escritor que aún siga escribiendo con pluma de ave no sólo sería risible y ridículo, sino también un gran majadero que pagaría con su enorme lentitud su gusto por tiempos tan pretéritos en que le hubiera costado vivir más de lo que piensa, tanto que quizá nunca hubiera conseguido ser escritor. Porque ¿por qué quedarnos en la inepcia de los dos dedos? ¿Por qué no renunciar al ordenador e incluso a la máquina de escribir, como mi amigo Juan? ¿Por qué no a la pluma estilográfica también, que al fin y al cabo fue una revolución tecnológica sin precedentes para su época? ¿Por qué no quedarnos en la pluma de ave, o incuso en el punzón con que los asirios hacían su escritura cuneiforme? Pues por una razón muy sencilla: porque no somos idiotas.

Entiendo que para un Premio Nóbel puede ser humillante tener que ir a que le enseñen mecanografía. Pero entenderlo no es justificarlo. Porque es una verdadera lástima que un Premio Nobel escriba una sola obra en el tiempo en que podría escribir cinco. Sí, ya sé que una obra no sale redonda de la mente del escritor (y quien dice lo contrario, y lo ha dicho gente muy ilustre, miente), y luego hay que andar corrigiendo no sólo la dactilografía, sino también los sinónimos, los párrafos, e incluso hacer cambios arquitectónicos en la obra. Sobre todo si es una novela. Y eso es trabajo de oficio, no de genio. Cuando el escritor hace eso, se convierte en mecanógrafo, o se lo da a un mecanógrafo para que se lo haga. Un mecanógrafo no tiene porqué ser escritor, cierto, aunque debería serlo un poco. Un escritor no tiene porqué ser mecanógrafo, cierto, aunque si lo fuera su oficio ganaría mucho. Quizá dedicarle el tiempo que necesita dominar el teclado es algo que está más allá de su tiempo o del esfuerzo que puede o quiere dedicarle. Imaginémonos que un arquitecto no supiera nada de albañilería. Sí, podría hacer grandes edificios, pero se le escaparía algo importante de su profesión. O un ingeniero industrial que no tenga carnet de conducir. Sería un poco contra sentido, ¿no? Pero, a mi juicio, mucho menos en esos dos casos que en el del escritor anti-mecanógrafo. O en el del escritor dos-deditos.

Que haya ilustres majaderos no significa que la majadería haya que imitarla. Imitémosles en lo que les hace ilustres, que no es escribir a dos dedos, sino en las grandes obras maestras que nos han legado, como Cien años de Soledad y tantas otras.

Y dejémonos de monsergas.