Mecanógrafos y escritores
Mecanógrafos y escritores.
Porque, si damos un paso más atrás en la desinformación y mala praxis, no podría yo condenar tampoco a mi amigo Juan, catedrático de Lengua y Literatura española allá en los años del siglo que terminó, que me confesaba en una ocasión (si bien, hombre prudente, bastante vergonzantemente), que él prefería escribir con pluma estilográfica a utilizar máquina de escribir, porque lo consideraba más humano, más cercano al papel, más reposado, sin agobios y dejando que fluyese su inspiración poco a poco. Poco a poco, fluyese: he ahí dos conceptos que se dan de tortas. Cuando me hablan de fluir, me imagino un río, un río que fluye y no según nos parezca más oportuno: a veces fluye tempestuosamente, formando riada, y otras veces nos obsequia sólo un hilillo que parece que se va a perder. Así la inspiración (que por otra parte es otra de las grandes supercherías de la historia de la Literatura, según dijo el gran E. A. Poe en su interesante ensayo Filosofía de la composición) a veces es lastimosamente escasa, y otras veces cae a raudales, como un enorme río, como el Nilo, que se desbordaba dos veces al año hasta que Nasser consiguió edificar su famosa Presa en Assuán. Pero no hay presas para la inspiración: la que no aprovechas, la pierdes. ¿No te ha pasado nunca, lector, querer decirle algo a alguien, y por haber esperado y no interrumpirle, cuando te ha tocado hablar ya no te has acordado? Eso también es inspiración. Y con dos deditos, por rápidos que sean, no siempre se la puede contener, o al menos verter al lenguaje escrito. Y, debo confesarlo, con frecuencia ni tampoco con los diez, ni con veinte que tuviéramos. Pero considero que diez es cinco veces más fácil y rápido que dos, y veinte sería el doble. Conozco escritores que no escriben, sino que vierten sus pensamientos en una máquina grabadora de la voz (hoy en día ya de mp3, pero en tiempos no tan remotos en grabadoras de cintas de cassette, hoy ya objetos obsoletos) y luego los pasaban, o se los pasaban, a máquina, y más tarde a ordenador.
Entiendo que para un Premio Nóbel puede ser humillante tener que ir a que le enseñen mecanografía. Pero entenderlo no es justificarlo. Porque es una verdadera lástima que un Premio Nobel escriba una sola obra en el tiempo en que podría escribir cinco. Sí, ya sé que una obra no sale redonda de la mente del escritor (y quien dice lo contrario, y lo ha dicho gente muy ilustre, miente), y luego hay que andar corrigiendo no sólo la dactilografía, sino también los sinónimos, los párrafos, e incluso hacer cambios arquitectónicos en la obra. Sobre todo si es una novela. Y eso es trabajo de oficio, no de genio. Cuando el escritor hace eso, se convierte en mecanógrafo, o se lo da a un mecanógrafo para que se lo haga. Un mecanógrafo no tiene porqué ser escritor, cierto, aunque debería serlo un poco. Un escritor no tiene porqué ser mecanógrafo, cierto, aunque si lo fuera su oficio ganaría mucho. Quizá dedicarle el tiempo que necesita dominar el teclado es algo que está más allá de su tiempo o del esfuerzo que puede o quiere dedicarle. Imaginémonos que un arquitecto no supiera nada de albañilería. Sí, podría hacer grandes edificios, pero se le escaparía algo importante de su profesión. O un ingeniero industrial que no tenga carnet de conducir. Sería un poco contra sentido, ¿no? Pero, a mi juicio, mucho menos en esos dos casos que en el del escritor anti-mecanógrafo. O en el del escritor dos-deditos.
Y dejémonos de monsergas.
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