Los límites de la tolerancia

viernes, marzo 20, 2009

La maestra pringada

Michelle Pfeiffer es una gran actriz a la que admiro mucho desde hace años. No me gustó en Dangerous Minds, pero sí me gustó en Batman Returns, cuando hizo de mujer gato. Y con Jack Nicholson y James Spader en Lobo. Y en tantas otras películas, tantas otras mujeres a las que dio vida, casi todas adorables. Menos la maestra pringada de Mentes peligrosas, que se lleva el trabajo a su vida, y su vida es el trabajo, dando una versión romántica y falsa del docente. Porque a menudo olvida la gente que el docente es una persona de carne y hueso que debe ejercer una función difícil y complicada, pero no tanto como la que se le supone desde fuera de la profesión. Se le llama educador erróneamente. No, no se puede educar con las pobres herramientas de que se les dota, sino que en el mejor de los casos un docente es un mero instructor que dice al alumno que quiere aprender qué es lo que tiene que hacer para poder conseguirlo. Pero el profesor no necesariamente hace aprender, sino que enseña. Aprender es cosa del alumno. Enseñar sirve para que el que quiera aprender, pueda hacerlo. Por eso la enseñanza sobra cuando el alumno no quiere. Recuerdo cuando, no hace tantos años, al niño que no quería aprender se le castigaba. Pero ahora los castigos son torturas. Hasta si le riñes al niño es una tortura psicológica. Con tanta memez por parte de los legisladores estamos asistiendo a la formación de una sociedad de bebés de edad madura que no saben nada de nada, y se ofenden cuando se encuentran con alguien que sí sabe algo y le llaman prepotente porque cuando ellos estaban haciendo el vago en lugar de los deberes, o follando en lugar de trabajando, los prepotentes pasaban las noches en vela estudiando o realizando trabajos y redacciones en uno o más idiomas, pues para ellos el trabajo de todos los días es algo serio, algo que hay que defender y cuidar porque les va a capacitar para tirar del carro en lugar de ir a remolque de él. Y eso les convierte en caballos en un mundo de chacales que están esperando a que el noble bruto caiga para alimentarse a su costa. O ratas. Ratas que sólo saben decir ¡iiih! en tono monocorde en lugar de la rica gama sonora del relincho del caballo o incluso del rebuzno del asno que, yendo de una a otra vocal, proclama que el trabajo es más noble y útil que el de la rata. O del chacal. O el de la hiena, que ríe estúpidamente nientras se llena la boca de cosas putrefactas. Pero no hay que preocuparse. Siempre vendrán caballos de Alemania. O de China. O de Méjico, que el mundo es muy grande. Michelle Pfeiffer no padeció nuestro sistema educativo, por suerte para ella. Es una mujer con un gran sentido de lo práctico: No me interesa, dijo, internet. Sólo si puedo demandar a alguien.

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