Los límites de la tolerancia

martes, junio 09, 2009

Ricky

La primera vez que lo vi no pude reprimir un sentimiento de miedo y de respeto, ante su mirada escrutadora y severa. Se me acercó, me observó por todas partes, dio vueltas a mi alrededor, y se fue a sus aposentos. En lo sucesivo no me atreví a entrar en su casa hasta que le sabía en su cuarto, del que no salia hasta que yo me había ido. Pero una mujer me acercó a él. Alicia es toda espontaneidad y extroversión. Cuando conoció a Ricky, rió con él, le hizo carantoñas, y hasta le acarició la cara, haciéndole reír. Con ella estaba su nieta, que se le acercó con menor timidez que yo, pero menos desenvoltura que su joven abuela. Él vive en un verdadero palacio de 280 metros cuadrados, con su señora. Tienen una piscina en forma ovalada que yo todavía no he probado, pero sí las Alicias, abuela y nieta, que contaron con la anuencia de él, que no cesó de dar vueltas a su alrededor mientras estuvieron en el agua, ayer por la tarde. Poco a poco he ido perdiendo la prevención que me inspiraba, y ahora soy yo el que le dice dónde, cómo y cuándo puede moverse por su casa. Porque Ricky es un buen perro. Un hermoso ejemplar de la raza dálmata, tan bello que parece hecho de porcelana.

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